01/06/2023

La huelga de guionistas y el capitalismo de las plataformas

El paro de Guionistas en EEUU se convierte en el más importante en más de una decada

El 2 de mayo comenzó una masiva huelga de guionistas de cine y televisión de EE.UU. Impulsada por el sindicato Writers Guild of America (WGA), cuyo convenio colectivo se aplica a toda la actividad, se trata de la primera medida de fuerza de estas características desde 2007-2008, cuando paralizaron sus actividades por más de tres meses. Previamente hay que remontarse hasta 1988 cuando pararon 155 días.

La mayoría de las demandas de WGA están vinculadas a la transformación de la industria producida por la tecnología y cómo ésta modificó los consumos culturales. La proliferación de series de corta duración ha llevado a las empresas a reducir las salas de escritores, así como el tiempo de trabajo en que son contratados. Se ha llegado a proponer (y aplicar en algunos casos) que cobren por día, lo que convertiría una profesión que -hasta ahora y en EE.UU.- era de “clase media”, en un rubro similar al de los repartidores a domicilio con trabajo a destajo. Esto provoca, a su vez, que el trabajo se individualice perdiendo el intercambio colectivo y que se tomen menos riesgos, evitando convocar a nuevos guionistas y apostando por la “vieja guardia”, limitando el acceso al trabajo -ya de por sí temporal y precario-.

Otro problema importante es el pago por retransmisiones, algo establecido para la televisión pero no para las plataformas de streaming. Históricamente, las y los escritores trabajaban en un programa de televisión y, posteriormente, años o décadas después, cada vez que el programa se retransmitía, recibían un pago. Ahora, quienes escriben series exitosas a nivel mundial, cobran su contrato y no ven un solo dólar extra por las reproducciones que pueda tener su obra en Netflix, HBO Max o Amazon Prime.

En este sentido, aunque con sus particularidades y problemas, existe el precedente del acuerdo que tiene el sindicato de actores (SAG-AFTRA, por sus siglas en inglés). Este estipula una serie de “pagos residuales” para las retransmisiones en plataformas de streaming.

Finalmente, un punto que las compañías se negaron a discutir, es la posible utilización de la llamada Inteligencia Artificial (IA) para la escritura de guiones, o al menos de borradores que luego puedan ser perfeccionados por algunos guionistas. El sindicato se opone, centralmente porque implicaría una reducción aún mayor de puestos de trabajo. Pero también, porque las IA utilizan bases de datos preexistentes y se inspiran en textos ya escritos por seres humanos. Frente a esto, la Oficina de Derechos de Autor de EE.UU. sentenció que las obras escritas total o parcialmente por esta tecnología no están protegidas por las leyes de propiedad intelectual.

Según los datos aportados por el sindicato, sus salarios han caído en promedio un 4% durante la última década en términos nominales. Pero si se ajusta por inflación, el retroceso fue del 23%.

El problema no es el dinero, sino la transparencia

Según el WGA las empresas podrían resolver el conflicto desembolsando 429 millones de dólares al año. Se trata de menos de la mitad de lo que recaudaron en taquilla éxitos recientes como Top Gun: Maverick o Black Panther: Wakanda Forever. A esto hay que sumar que, como tuiteó el guionista Dan Singer, el primer día de huelga las compañías perdieron más de mil millones de dólares, cada una, en acciones. Y, según el sindicato, el paro le está costando 30 millones por día a la economía del Estado de California.

¿Entonces por qué las empresas eligen no ceder?

Además del tradicional intento de disciplinamiento que cualquier patronal busca imponer a sus trabajadores, se suma un eje nodal de la industria: la falta de transparencia de un mercado que creció al calor de números opacos o directamente ocultos. Tal como reseñó Andrew Wolf, profesor de la Escuela de Relaciones Laborales Industriales de la Universidad de Cornell, dar a conocer los números de reproducciones (para, por ejemplo, pagar los derechos de retransmisión) “amenaza el mito central de la relación de las empresas de streaming con Wall Street: solo importa el crecimiento de las suscripciones, no la rentabilidad”.

Así lo confirma la información oficial brindada por Warner Bros. Discovery a cuatro días de iniciada la huelga. La compañía aseguró que su servicio de transmisión de streaming será rentable durante este año (y no en 2025 como estaba previsto). Para eso se basa en el incremento de 1,6 millones de suscriptores durante el primer trimestre de 2023 pero no aporta un dato sobre cuánta gente mira sus producciones.

Todo esto se da en el marco de una brutal reducción del gasto en contenido, incluida la eliminación de programas y películas de HBO Max, así como el despido masivo de empleados. Esto llegó al extremo durante el último mes cuando, por adherir a la huelga de guionistas, le cancelaron el contrato a David Simon luego de 25 años. Se trata del creador de la icónica serie The Wire y otros éxitos como The Deuce o The plot against America.

La misma política se propone aplicar Disney y así lo presentó en su plan de negocios ante inversionistas: menos contenido, más publicidad y tarifas más altas. O Netflix con su política de prohibir que se compartan cuentas por fuera de una misma vivienda. Una decisión destinada a subir el número de suscriptores, algo que ha logrado levemente, tras retroceder en 2022.

No obstante, esto no fue en detrimento de las ganancias millonarias de los CEOs y juntas directivas. Como reseñó The Hollywood Reporter, los llamados “paquetes de compensación” para ejecutivos -es decir, dinero adjudicado por sus responsabilidades en la empresa, muchas veces asignado en forma de acciones- superaron el pago promedio del año anterior que fue de 22,3 millones de dólares. Incluso directivos de Netflix -empresa que vio caer sus acciones en 2022- recibieron pagos millonarios. Es por ejemplo el caso de Reed Hastings, que en enero dejó su cargo de co-director ejecutivo de la plataforma pionera del streaming para concentrarse en su título de presidente ejecutivo, y obtuvo una compensación de 51 millones; o su socio Ted Sarandos, que se adjudicó unos 50 millones.

Una burbuja (por ahora) redituable

Con la crisis económica mundial de 2008, las principales potencias occidentales como EE.UU., Reino Unido y la Unión Europea, se dieron políticas que -a mediano plazo- derivaron en una nueva burbuja que podríamos llamar tecnológica.

La reducción de la tasa de interés provocó una disminución en la tasa de retorno de un amplio rango de inversiones. Asimismo la expansión cuantitativa impulsada por la Reserva Federal (Fed) estadounidense y los Bancos Centrales de Europa, llevó a una compra masiva de activos. Con la disminución de la oferta de, entre otros, bonos del Estado, se dispararon los precios de las acciones.

Como señaló Nick Srniceck en su libro Capitalismo de plataformas (2016), la combinación de estos factores, sumadas a una política monetaria laxa, generó un “crecimiento significativo de acopio de efectivo por parte de empresas y paraísos fiscales”. ¿Y a dónde invertir ese dinero? En las llamadas “plataformas austeras” cuyo modelo de negocios de “crecimiento primero, ganancias después” se expandió masivamente durante la última década.

El paradigma de este tipo de empresa es Uber, donde el capital variable y el capital fijo se encuentran hiper tercerizados, mientras que la compañía se reserva un núcleo extractivo: el control de la plataforma y los datos que por ella circulan. A pesar de este esquema, el servicio de transporte de pasajeros líder a nivel mundial sigue generando pérdidas. Incluso habiendo aumentado significativamente su facturación luego de la pandemia, cerró 2022 con un déficit de 9.141 millones de dólares.

Aunque con sus particularidades (como tener sus propias productoras o asociarse a algunas de ellas) las empresas de streaming tienen una matriz similar. Su principal fuente de ingresos está en Wall Street y no en los sets de grabación. Las compañías pueden cerrar sus libros contables en negativo y aún así sus directivos y accionistas obtener ganancias millonarias.

Al no difundir sus datos de reproducciones, deja de ser relevante el contenido ofrecido, su recepción por parte del público y, por lo tanto, la calidad del trabajo realizado. La contracara es una carrera por hacer nuevos lanzamientos de series y películas en el menor tiempo posible y así atraer nuevos suscriptores. Un criterio defendido públicamente por Bela Bajaria, directora de contenido de Netflix, en una entrevista con The New Yorker hace algunos meses.

Es lo que denuncia el sindicato WGA: más trabajo, más intensidad, menos derechos y menos dinero. Uno de los resultados de esta competencia fue que 2022 sea el año de mayor cantidad de cancelaciones de series con 133, el doble que en 2020.

Sin embargo no están claros los criterios, si fue por falta de audiencia es algo que solo las compañías saben.

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La propia dinámica de la industria audiovisual en general y de las plataformas de streaming en particular, lleva a una precarización cada vez mayor del trabajo de las y los guionistas. Es una tarea que ha perdido valor desde la lógica empresarial, cuya razón de ser es ampliar los márgenes de ganancia a toda costa. Y esa valorización no la encuentran en la producción, sino en la especulación financiera.

Como decía Carlos Marx en El Capital (1867), “el salario por unidad es la forma de salario que está más en armonía con el modo capitalista de producción”. Y en la etapa actual, el capitalismo parece volver a sus orígenes, profundizando la mal llamada “economía colaborativa” (gig economy), signada por el trabajo a destajo.

Es por eso que esta huelga, que confronta directamente con ese modelo, puede marcar un precedente importante para quienes trabajan en compañías de plataformas y cuyos reclamos son compartidos: dotaciones mínimas de personal, pisos salariales dignos, derechos laborales y transparencia en los datos que manejan las empresas.

Contra su propio interés, la lógica del capital continúa produciendo experiencias compartidas entre las y los trabajadores.